En el corazón del bajo Atrato, Riosucio, Chocó, se encuentra en una encrucijada de desesperanza y resistencia. A medida que la indiferencia del Estado colombiano perdura, la comunidad riosuceña enfrenta desafíos que trascienden el paradisiaco paisaje natural que les rodea, transformándolo en una escena de negligencia crónica y corrupción arraigada.
La falta de infraestructura es palpable: un centro de salud insuficiente y un acueducto que apenas cubre una fracción del casco urbano son testimonios de la desatención gubernamental. Los habitantes, dependiendo en gran medida del contaminado río Atrato, en ocasiones se ven obligados a buscar alternativas ancestrales para tratar enfermedades, mientras que los casos más graves requieren traslados de más de cinco horas a ciudades distantes, exacerbando la vulnerabilidad de una población ya desfavorecida.
La corrupción, otra plaga devastadora, deja su marca en el ánimo de los riosuceños. No es raro que los alcaldes terminen presos por malversación de fondos públicos destinados a proyectos de desarrollo que nunca se materializan. Estos recursos, en lugar de fortalecer la comunidad, se evaporan en festines y contratos dudosos con aliados políticos, profundizando el ciclo de pobreza y desesperación.
Un trágico incendio en noviembre del año 2020, que arrasó con 82 hogares y se cobró la vida de dos personas, puso de relieve la resiliencia de los habitantes de Riosucio. A pesar del dolor y la pérdida, la comunidad ha comenzado a reconstruir, usando el duelo como un impulso para la reconstrucción y la esperanza.
Pero el panorama es aún más sombrío en el ámbito económico. La base maderera de la economía local se ha visto devastada por la tala indiscriminada, llevando a la escasez de un recurso una vez abundante y vital para la infraestructura municipal. La sedimentación de las bocas del atrato, exacerbada por la negligencia en su mantenimiento, provoca inundaciones recurrentes que desplazan comunidades y destruyen cultivos, dejando a los campesinos en una lucha constante por sobrevivir.
En medio de esta lucha, los riosuceños exigen atención. Reclaman escuelas dignas, centros de salud adecuados, y carreteras que conecten sus comunidades con el resto del país entre otras. A pesar de vivir en una tierra rica en recursos, se sienten abandonados, utilizados solo como una promesa vacía durante campañas políticas o como justificación para contratos gubernamentales opacos.
La pregunta persiste: ¿hacia dónde va Riosucio? ¿Seguirá siendo este municipio un reflejo de la indiferencia estatal y la corrupción municipal, o encontrará un camino hacia el progreso y la justicia social? Solo el tiempo, y la continua lucha de sus valientes habitantes, podrá decirlo. Mientras tanto, Riosucio sigue resistiendo, aguardando el día en que no solo sobreviva, sino que prospere.
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