En el corazón de la administración pública, existe un principio fundamental que parece estar desvaneciéndose en el olvido: el sentido de pertenencia hacia el pueblo y la responsabilidad inherente a servirlo. Resulta descorazonador y alarmante observar cómo ciertos funcionarios, al término de su mandato, optan por despojar a la institución de enseres y recursos que son patrimonio de la comunidad. Estos actos no solo reflejan una falta de ética profesional, sino también una desconexión profunda con los valores cívicos y el compromiso social que debería ser intrínseco en su rol.
La actitud de apropiación indebida de bienes públicos, bajo el pretexto de haber sido adquiridos con recursos personales, es una excusa que desvirtúa la esencia misma del servicio público. ¿Acaso se es tan difícil el acto de dejar al menos un ventilador en la oficina donde se laboró por años, en beneficio del sucesor y del buen funcionamiento de la entidad? ¿Es realmente tan complicado entender que el bienestar colectivo debe prevalecer sobre el interés personal y mezquinos?
Es lamentable y profundamente preocupante que se haya normalizado en ciertas administraciones la práctica de llevarse hasta los implementos más básicos, argumentando que fueron comprados con dinero propio. Esta conducta no solo evidencia una clara ausencia de los principios de honestidad y transparencia, sino que también pone en evidencia una grave desconexión con las necesidades y el bienestar del pueblo.
El saqueo de recursos al final de una administración obliga a los sucesores a invertir nuevamente en bienes que ya deberían estar disponibles, generando un ciclo vicioso de desperdicio de recursos y esfuerzos que podrían destinarse a iniciativas más constructivas para la comunidad. Esta mala práctica no solo afecta el funcionamiento eficiente de las oficinas gubernamentales, sino que también erosiona la confianza de los ciudadanos en sus líderes y en las instituciones que deberían representar sus intereses y bienestar.
En Riosucio, la esperanza y el trabajo duro de nuestra gente se ven empañados por la sombra lamentable de la corrupción. Ciertos individuos, disfrazados de líderes y protectores de la comunidad, han convertido su servicio en un acto de traición, saqueando sin escrúpulos los recursos que pertenecen a todos. Estos corruptos, con sus manos manchadas de avaricia, han optado por un camino que desangra el corazón de nuestro pueblo, robando no solo dinero, sino también la confianza y esperanza de nuestra gente.
Estos actos de corrupción son una afrenta directa a cada ciudadano honesto de Riosucio, un insulto a nuestro trabajo y a nuestros sueños. La impunidad con la que se pasean, como si estuvieran por encima de la ley y de la moral, es una burla a la justicia y a la decencia.
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