De cuando en vez el resto del país se entera del Chocó por las miles de tragedias que tienen que resistir sus habitantes.
El Chocó es tierra de nadie. Desde que tengo memoria el referente que recuerdo de ese departamento es de abandono, de olvido, de total indiferencia y, en consecuencia, de pobreza, de desnutrición, de analfabetismo.
De cuando en vez el resto del país se entera del Chocó por las miles de tragedias que tienen que resistir sus habitantes: inundaciones, temblores, amenazas de tsunami, corrupción, masacres, confinamiento y muerte.
Muerte, como la que se instaló hace unos días en el resguardo indígena wounaan en Buena Vista, una zona rural del municipio de Pizarro, en el sur del Chocó. Al momento de escribir esta columna el saldo confirmado por el consejero mayor del resguardo, Orlando Moya, era de cinco niños muertos, con edades entre los cinco y los diez años, pero el quinto apenas de año y medio.
Otros cien niños del resguardo registran los mismos síntomas que presentaron quienes ya murieron y sigue sin saberse qué les ocurrió, cuál es la enfermedad que los está matando y cómo enfrentarla para evitar más muertes.
Se sabe que una misión médica ya llegó hasta la comunidad, a la que solo se puede acceder por vía fluvial y que queda a cinco horas en lancha de la civilización más próxima. Pero por lo agreste del terreno, ha sido imposible tener comunicación directa con el personal que está atendiendo a los cien niños que están con los mismos síntomas que tuvieron quienes ya murieron.
Por eso es tan urgente que se les practiquen los exámenes y les tomen las muestras necesarias, para establecer el diagnóstico e iniciar de inmediato el tratamiento. No podemos permitir que nuestros niños sigan muriendo en Colombia por culpa de la desidia, el abandono y la indolencia.
La misión que viajó al resguardo está integrada por seis expertos entre médicos, enfermeros, bacteriólogos e investigadores que están al frente de la emergencia y deberán salir de regreso hacia la cabecera municipal del Bajo Baudó en las próximas horas, con suficientes elementos para establecer qué causó la muerte de los niños y qué está afectando a los restantes cien que presentan los mismos síntomas.
Es posible que el tratamiento para detener lo que está ocurriendo con la población infantil de la comunidad wounaan sea sencillo y efectivo, pues según los síntomas que antecedieron a los niños que murieron podría tratarse de un cuadro de gastroenteritis o una enfermedad diarreica aguda por mala manipulación de alimentos o por consumo de agua mal tratada.
Pero hay que actuar con rapidez porque el tiempo es en estos momentos el peor enemigo para detener la enfermedad y evitar que otros pequeños mueran en el proceso de neutralización de lo que sea que los está atacando.
Lo demás vendrá después, pero no por eso deja de ser prioritario. Hay que aprender de la emergencia vivida y tomar los correctivos a mediano y largo plazo para que se vuelvan a repetir estos episodios en los que la muerte ataca a comunidades tan vulnerables como ésta, y no se puedan evitar desde el principio, sino que haya que esperar a la capacidad de reacción de las distintas entidades responsables de velar por el derecho constitucional a la vida y la protección de nuestros niños.
No podemos seguir echándole la culpa a la pobreza, a las condiciones topográficas o a las creencias culturales de grupos étnicos de las enfermedades y la muerte de nuestros niños. Ni tampoco de la falta de educación, de una nutrición sana y hasta del esparcimiento y la recreación a que tienen derecho.
Debe ser un compromiso de todos y una vigilancia de todos, a la vez pero ya es hora de que les brindemos a quienes serán los líderes de nuestro país en el futuro, las condiciones necesarias para que puedan manejar el país de forma honesta y con inteligencia, porque contaron en su infancia y su adolescencia con amor, con buenos ejemplos y con recursos básicos para sobrevivir y crecer con dignidad.