Borrosos reposan los recuerdos en la cabeza de Oveida del último día que compartió con su madre, “Rosita” le decía ella. Tenía un nombre sonoro, Amalia… Amalia Gómez fuentes. Media más de 1,68 metros. Su piel era morena y su contextura muy similar a la de su hija Rosita, su cabello era afro, vivía en una casita de madera, en la zona rural de Belén de Bajirá. Tenía cinco hijos y era madre cabeza de familia.
La tarde del 15 de enero de 1996 Amalia estaba debajo de unos palos de mango en el patio de su casa, en compañía de su hija Oveida Rosa Padilla Gómez, quien acostumbrada verla pilar arroz en un pilón de madera, aquel día quería que le enseñara a hacerlo.
Para ella la mejor forma de aprender era realizando el paso a paso en compañía de su madre, pilando el arroz juntas, “entonces yo recuerdo que ella me dijo, coge la manito cuando yo saque la maceta del pilón tú le das al arroz, ese día compartí muchísimo con ella”.
Fue allí cuando Amalia le dijo a su hija: “Si uno va a ser un zapatero mi Rosi tiene que ser el mejor” expresión que quedó grabada para siempre en la memoria de Oveida y no se desvanece a pesar de que el tiempo la aleje de aquella tarde en la que su madre con paciencia y amor le enseñó a pilar arroz.
Sin saberlo, aquella sería el último día que Oveida pasaría en compañía de Amalia. “Hay otras cosas que no volví a recordar. De las tres de la tarde en adelante yo no recuerdo nada más hasta el momento en que se la llevaron”, lo dice como reclamándole a su memoria más momentos al lado de su madre.
La tarde transcurrió y la puesta del sol llegó con la noche, en casa de Amalia todos dormían. Al pasar las horas el claro amanecer comenzó a cubrir el cielo, la oscuridad de la noche poco a poco iba quedando atrás.
Entre las 3:30 de la mañana y las 4, el sueño plácido de Rosita y una de sus hermanas se vio interrumpido por unos fuertes golpes dirigidos a la puerta de su casa, golpes que se acompañaban con el nombre de su madre, ¡Amalia, Amalia! gritaban los hombres que estaban tras la puerta.
Esta escena violenta despertó todos los sentidos de las niñas, su madre asustada las hizo meter por debajo de la cama para que estuvieran seguras mientras ella abría la puerta. En completo silencio ambas direccionaban sus miradas hacia la puerta a través de las rendijas de la cama, con máxima atención vieron como Amalia se acercaba a abrirla.
Cuando abrió la puerta se encontró con un grupo de hombres con los rostros cubiertos y armados que le ordenaron que los acompañara, exigencia a la que Amalia respondió de forma negativa, fue entonces cuando estos la obligaron a desplazarse, llevándosela de forma agresiva, arrastrándola por los caminos de la vereda donde habitaba, “nunca más volvimos a saber de eso, nunca más” sentencia Oveida.
Mientras se llevaban a Amalia Gómez, los hombres lograron escuchar los quejidos llenos de espanto de las hijas de Amalia, “nosotras al ver que se la iban a llevar arrastrada nos asomamos” recuerda Oveida, acción a los que respondieron con una amenaza contundente “si dicen algo, las podemos matar”
El terror se apoderó de ambas jóvenes, que llenas de pánico decidieron refugiarse en su casa durante horas, perplejas no entendían por qué su madre había sido separada de su familia. Las preguntas eran muchas y retumbaban con fuerza en la mente de las hermanas, pero el miedo superaba con creces los cuestionamientos que se formularon.
Un vecino se extrañó al ver la casita de madera cerrada todo el día, entonces les preguntó a las hermanas, porqué estaban solas y qué había sucedido, interrogantes a los que ninguna de las dos respondió. “Tuvimos que decir que nada ¿cómo íbamos a decir algo? No podíamos decir nada, porque las palabras de ellos fueron que el que diga algo también se muere”. Finalmente de la casa de madera salieron gracias a un vecino que las llevó hacia la zona urbana de Bajirá, donde se encontrarían con sus abuelos.
Pasaron los días y los interrogantes que se hicieron tras la oscura madrugada del 15 de enero de 1996 nunca tuvieron respuesta. Después de varios meses de lo ocurrido, ni la denuncia ni la búsqueda de Amalia Gómez se habían llevado a cabo. Bajirá era una zona en la que se hizo costumbre guardar silencio ante los delitos en contra de la población civil cometidos por actores armados, ya fuera por amenazas o miedo a represarías mayores.
Un pendiente rojo, que hacía alusión al color favorito de Amalia, fue el único objeto que Oveida pudo conservar de su madre, ya que se les dio la orden de despojarse de toda pertenencia que la pudiera recordar. Este pendiente que Rosita conservaría como uno de sus más grandes tesoros se encontraba escondido en un frasquito viejo, había caído en el desuso y había sido olvidado casi por completo por su madre, para después adquirir un valor sentimental incalculable para ella.
“Siempre me acompaña este pendiente rojo, como sinónimo de fuerza. Es un color significativo, cuando veo ese color recuerdo toda la sangre que se ha derramado no solo en la subregión de Urabá, sino en todo el país en la dinámica del conflicto armado interno. Este pendiente tiene para mí un valor tan alto que no hay cantidad con la cual yo podría recompensarlo” reitera con gran amor Oveida mientras encierra en su puño el objeto preciado. Acto seguido recuerda en medio de sonrisas la felicidad que irradiaba su madre, “a ella le gustaban los colores encendidos, le gustaba estar elegante”.
Una pérdida más que aclamó justicia
Durante mucho tiempo se guardó un silencio absoluto relacionado con el paradero de Amalia, nunca se logró saber nada sobre ella. Tras esta dura perdida la familia de Oveida decidió desplazarse motivada por el miedo a otro municipio.
Fue así como llegaron a Chigorodó, en este municipio del Urabá antioqueño residieron con la esperanza de continuar con sus vidas, pero la comunidad de allí se veía azotada por la mano de los armados, las personas cargaban con un pesado ambiente “en Chigorodó en ese entonces mataban cualquier cantidad de personas todos los días. En los años 95, 96 y 97 se vivió un periodo muy violento”
En medio de la cotidianidad, Oveida Rosa conoció a Oscar Castaño Castañeda, poco a poco se fueron acercando y finalmente establecieron una relación amorosa. Tiempo después empezaron a vivir juntos, Oscar trabajaba de manera independiente y salía muy poco.
Se había cumplido casi un año después de la desaparición de su madre cuando Oveida volvió a escuchar que tocaban a su puerta, se extrañó y se dirigió a abrir. Al momento de abrir la puerta se encontró con varios hombres que preguntaban por Óscar, debido a la cercanía que manifestaron ella pensó que eran conocidos.
Estos hombres le dijeron a Óscar que se subiera a una moto para ir a hablar con “el patrón”, para Oveida todo esto resultada muy normal, “cuando él se subió a la moto, otro hombre subió detrás. Él me llamó y me dijo: “Rosi, ya me voy”, yo salí a despedirme, cuando él se iba a bajar de la moto, no lo dejaron. Uno de ellos dijo: “No nos demoramos él ya vuelve” y él ya vuelve fue que se llegó la noche y nunca regresó.
La angustia de no tener noticia alguna de Óscar aumentaba, las emociones de ese momento le resultaban muy familiares. Ya había pasado un día desde que Óscar había salido de su casa y aún no se conocía de su paradero, al ver que no llegaba Oveida decidió salir a preguntar si algún vecino lo había visto o sabían algo de él, pero nadie sabía nada.
Las manecillas en el reloj continuaban girando, sincronizando los minutos que en poco se convirtieron horas, mientras Oveida se encontraba en medio de la soledad, pensativa sin tener rastro sobre su pareja acudió donde una tía en busca de apoyo. “cuando yo le dije que él no había llegado, me dijo: “mija, estese calladita, esperemos a ver”.
Pasaron los días y el rastro de Óscar se hacía cada vez más difuso, nadie lo había visto, nadie sabía nada. Cansada de que le arrebataran de su vida personas que amaba, Rosita tuvo el valor de dirigirse a realizar la denuncia de Óscar y ponerle fin al silencio que había reinado después de que le habían arrebatado su madre.
“Yo me dirigí a hacer las dos denuncias, la de mi mamá y la de mi pareja. Con mucho miedo me fui a averiguar los trámites para denunciar y llegando a la casa me abordó un hombre en una moto y me dijo: negrita no busque, porque si usted busca también se va a perder”
Después de esta amenaza se refugió de nuevo en su casa. Salir la llenaba de pánico, se sentía vulnerable pues no tenía como defenderse. Su única opción fue irse a vivir donde una tía, desplazarse de nuevo y dejar atrás todo lo que la pudiera lastimar, pero en su corazón llevaba dos ausencias que pesaban profundamente.
En 1999 Oveida se percató del peligro que significaba seguir viviendo en Chigorodó, entonces decidió buscar refugio de nuevo en otro municipio, “buscamos vivir en Apartadó, lo vimos como el lugar más seguro” Al llegar a este municipio, ella se sintió protegida y fue así como pasaron los años y ella continuó viviendo allí, nunca más se vio enfrentada a la necesidad de buscar otro lugar para residir.
Viviendo en Apartadó, se enteró del trabajo que hacían algunas organizaciones de víctimas, esto cautivó de inmediato su atención, aunque conocía muy bien el peligro que significaba participar en alguno de estos organismos. Poco a poco se integró a los diferentes espacios, aunque en un principio lo hizo con timidez y viendo el tema del conflicto armado muy desde las “gradas”.
Después de haberse involucrado en espacios de participación para víctimas del conflicto armado, una gran oportunidad se cruzó su vida, Silvia Berrocal, la coordinadora de Como Paz, una asociación de víctimas de Apartadó, le propuso que hiciera parte de ese proceso, propuesta a la que Oveida sin pensarlo dos veces aceptó entusiasmada.
Después de conocer mas sobre los derechos de las víctimas del conflicto armado y el proceso para realizar las denuncias, finalmente y tras una larga espera Oveida pudo denunciar la desaparición de su madre y su pareja “con miedo pero la hice, pero es una cosa muy dura, cuando se trata de buscar respuestas y a veces eres revictimizado en algunas entidades”
A la hora de hacer denuncias como estas, en Colombia fue repetitivo que muchas víctimas del conflicto armado se vieran expuestas a lo que Oveida llama “el paseo institucional” es decir que le digan al denunciante que vaya de una entidad a otra.
“No todo el tiempo tu eres capaz de sentarte a contar una cosa tan catastrófica, yo lo estoy haciendo, porque he contado con acompañamiento, pero sentarse a contar esto después de que ocurren los hechos, es como si tu estuvieras cerrando los ojos y fuera el momento en que se te están llevando a tu familiar, la falta de sensibilidad por parte de algunos funcionarios es muy notoria”
El trabajo comunitario: un nuevo renacer en la vida
Oveida Rosa Gómez, descubrió en el trabajo comunitario un nuevo renacer en la vida, actualmente se desempeña como delegada de la mesa departamental de víctimas de Antioquia por el hecho de desaparición forzada.
“Rosita” viste de colores llamativos, los colores preferidos de su madre. A través de sus palabras transmite tranquilidad. Fueron varios los delitos que sufrió en el trasegar de su vida: desaparición forzada, desplazamiento forzado, tortura y violencia sexual.
De los últimos delitos prefirió no hablar, pero a pesar de las dificultades con las que se ha encontrado en su vida, no se ha dejado arrebatar la alegría que supone estar vivo. Su voz es suave y se emociona cada vez que habla del trabajo comunitario que ha realizado, aunque es consciente de que aún falta mucho por hacer en el tema de víctimas.
Han pasado ya 22 años desde que desapareció su madre y aún son muchas las preguntas que al pasar los años siguen sin tener respuesta, Oveida todavía no entiende porqué razón se la llevaron, pero cree que el factor determinante para la desaparición de Amalia fueron las tierras. “porque a usted le decían o vende o vende y hubo mucha gente que tuvo que mal vender o regalar sus tierras. Algunos se quedaron allá haciendo resistencia y fueron asesinados”
Al meditar sobre los interrogantes que se ha hecho desde el momento en que le arrebataron su madre, agrega “una respuesta que nunca voy a tener y soy consciente de eso es, ¿qué estaban pensando ellos cuando se llevaron a una madre? dejando unas niñas, una familia desintegrada…esa respuesta nunca la voy a tener, lo tengo claro, muy claro” reafirma con resignación.
Ha pasado el tiempo, pero la decisión que tomaron alguna vez varios familiares de Oveida de guardar silencio sobre la desaparición de Amalia ha perdurado, “Mi hermana no la menciona. Mi abuela nunca quiso emprender la búsqueda, ella tiene el anhelo de encontrar a su hija”.
Al preguntarle sobre aquel anhelo de encontrar su madre “Rosita” responde que guarda la esperanza de saber donde reposan sus restos, porque está segura de que no la encontrará viva.
Han sido muchos los aprendizajes que ha adquirido en el proceso de búsqueda y labor comunitaria, proceso que ha llenado su alma de resiliencia, una cualidad admirable que le ha permitido levantarse de las cenizas y edificar de nuevo las esperanzas y la ha motivado a continuar con la búsqueda de su madre, su esposo y todas las miles de víctimas del país que hoy sufren este flagelo.
“Es que eso es un crimen, (lo dice con certeza, haciendo especial énfasis en esa palabra tan doliente CRIMEN), tu no saber dónde está, cómo quedó, porqué no llego, porqué se la llevaron, eso es una cosa agonizante y es la incertidumbre de no saber nada y estar en medio de que paso aquí”
Ya hace más de ocho años lleva realizando labores comunitarias, no obstante el miedo a que sea líder social está presente en su familia, ella conoce muy de cerca estos riesgos pero se rehúsa a dejar de lado la oportunidad de ser un apoyo para aquellas personas que no pueden hablar o no se atreven a hacerlo por miedo a ser silenciadas.
Rosita se muestra inconforme a la hora de hablar de la alta impunidad que tiene en Colombia el delito de desaparición forzada, además demuestra preocupación por el desfinanciamiento que en el actual gobierno han sufrido entidades como La Comisión de la Verdad, la JEP y La Unidad de búsqueda de personas dadas por desaparecidas, para ella aún falta mucho por parte del Estado en temas relacionados al reconocimiento de cadáveres y exploración de fosas comunes.
A pesar de que falte mucho en relación a la dignificación de las víctimas del conflicto armado, Oveida no piensa dar el brazo a torcer en su labor como lideresa, ya que de esta forma se da a conocer a la sociedad “la otra cara de la moneda” y se combate de forma determinante la indiferencia.
Durante su trabajo comunitario Rosita ha desarrollado sensibilidad por el dolor y el sentir de los otros, sensibilidad que se ve afectada por un acontecer como el nuestro, donde en una marcha desafortunadamente muere un joven de 18 años: “yo lloré con esa noticia” me dice, luego de un corto silencio me aconseja “cuídese mucho en esas marchas” es su frase de despedida acompañada de un cálido abrazo.