Desde hace siete años esta trabajadora humanitaria se ha dado a conocer entre la población afectada por el conflicto armado.
Cuando los botes con emblemas del Comité Internacional de la Cruz Roja se acercan a la orilla de ríos como el Atrato o el San Juan, ubicados en el departamento de Chocó (occidente de Colombia), se ve a los habitantes saludar efusivamente diciendo un nombre que se ha vuelto común en esos territorios apartados de la región: Lorena.
Lorena Mosquera, o la ‘seño Lore’, como le dicen las personas de varias comunidades es enfermera profesional. Entre sus labores está llevar a cabo tareas como apoyar a las instalaciones médicas de zonas apartadas en las que se vive el conflicto armado, dar a conocer la importancia de respetar la misión médica, realizar talleres de primeros auxilios e incluso prestar asistencia de urgencia a las personas que no pueden acceder a servicios de salud.
Es bogotana aunque sus lazos con Chocó vienen de antes gracias a sus padres, que nacieron en ese departamento. Desde pequeña entendió que las necesidades de estas poblaciones eran grandes y que lo más importante sería ayudarlas. Hoy dice que su mayor motivación, aparte de trabajar para que estas personas vivan mejor, “es ver sonreír a familias enteras cuando simplemente ven el emblema de la Cruz Roja”, dice.
Para poder llegar a algunas comunidades afectadas por el conflicto, Lorena tuvo que aprender la lengua de los indígenas embera y wounaan que habitan esta zona del país, sin las cuales le sería muy difícil saber el estado de salud de los pacientes. “Es importante conocer su lengua para saber qué les duele, qué medicamento deben tomar y sobre todo, para ganar la confianza de sus líderes ancestrales”, asegura.
Su trabajo no está exento de riesgos y eso lo recordó a mediados de 2017 cuando apoyó la evacuación de dos personas gravemente heridas por artefactos explosivos, tarea humanitaria en la que el CICR tuvo que internarse en largos tramos de selva en los que había presencia de estos peligrosos elementos.
Chocó, el departamento en el que se concentra su trabajo, ha sido uno de los lugares que más se ha visto afectado por las consecuencias humanitarias del conflicto armado en Colombia, tales como la presencia de minas antipersonal, desplazamientos forzados y desapariciones, entre otros. Esto aunado a la explotación minera ilegal y la carencia de servicios básicos como el agua potable o la energía eléctrica en algunas de sus zonas más apartadas.
Allí, el CICR trabaja en aliviar el sufrimiento de los civiles que se ven afectados por la violencia, así como en el diálogo constante con todas las partes del conflicto armado (estatales y no estatales) para fomentar el respeto por el derecho internacional humanitario.
“Lo que más me gusta es que cada día tengo experiencias gratificantes en mi trabajo. Siento que las que más me han marcado son las de participar en acciones para la liberación de una persona, ver su rostro frente a la libertad, el regocijo de su familia, el abrazo con su hijos. Es realmente una increíble experiencia de vida”, dice Lorena.