UN RIOSUCEÑO QUE TAMBIÉN DEJÓ HUELLAS EN LA POLICÍA NACIONAL.

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Zoilo Asprilla, el policía que echarán de menos en el sur de Barranquilla
Luego de 26 años de carrera, en los que desarmó a más de 2.800 pandilleros, se retiró el suboficial especializado en bandas juveniles.
“No me voy complacido, faltó mucha tela por cortar”, dice el subintendente Zoilo Asprilla Lara. Después de las 24 pandillas y más de 2.800 jóvenes que ha desarmado, se retiró el experto de la Policía en el tema de violencia organizada entre jóvenes.
Veintiséis años de carrera culminaron el pasado 10 de agosto cuando recibió los documentos que avalan su retiro definitivo. Hasta ese día todavía se paseaba por los pasillos del Comando de la Policía en Barranquilla. En el camino de salida, un “ ¿ya se va, sargento Asprilla?”, lo repitieron tanto auxiliares bachilleres como patrulleros y oficiales. No tenía el uniforme oliva y el radio que colgaba en su cinto lo había dejado en el escritorio.
Al lugar que va lleva esa sonrisa amplia, de 30 dientes reales y dos postizos, esos que reemplazaron a los que perdió cuando un disparo accionado por uno de los jóvenes que intentaba desarmar los partió.
Presidentes, alcaldes y gobernadores han cambiado y creado sus propias políticas públicas. Zoilo se ha ajustado a esta dinámica y ha continuado haciendo la misma labor: mostrándoles a jóvenes entre los 12 y 28 años de barrios vulnerables que existen salidas para su situación diferentes a las armas y el narcotráfico.
Un error como inicio
Luego de un destacado paso por la selección juvenil chocana de fútbol, departamento del que es natal, lo llamaron de varios clubes. Zoilo llegó a Barranquilla en el 85 para jugar con el desaparecido Sporting. Defendió los colores del aurinegro desde la portería cuando tenía 18 años.
Hizo una escala en Juventud Magangué para luego jugar una temporada en el Real Cartagena. Su último equipo fue el Cúcuta Deportivo.
Tenía 22 años el día que desde el banco de suplentes observaba el partido que jugaba su equipo contra el Santa Fe. “A veces los árbitros toman decisiones para perjudicar a los conjuntos”, recalca con una indignación que permanece 37 años después de lo sucedido.
Zoilo recuerda cada instante de ese miércoles 12 de septiembre de 1987. En un partido sin goles, expulsaron al arquero titular, Wilson Mosquera, al minuto 78. Ingresó a la cancha para reemplazarlo. Aprovechando los 10 hombres que tenía en el campo el Cúcuta, Santa Fe comenzó su arremetida.
En ese tiempo las reglas permitían al arquero agarrar el balón con las manos cuando un compañero se la pasaba con el pie. Cuando Zoilo hizo lo anteriormente descrito, el árbitro cobró penalti. El subsiguiente gol de Santa Fe empezó una trifulca en el campo.
“El profe Silva nos dijo que saliéramos del campo”, son las últimas palabras que recuerda Zoilo antes de brincar. “Le metí una voladora y le partí la ceja al árbitro”, suelta la carcajada al terminar la frase.
La sanción fue de 12 millones de pesos y 5 años. No tenía esa cantidad de dinero, por ser un jugador a préstamo, y Cúcuta tampoco asumió los costos. Su representante le prometió arreglar la situación. A los pocos días se dio cuenta de que su carrera profesional como futbolista se había acabado con solo 60 partidos jugados.
“Era un joven sin orientación”, describe el cierre de sus años en el deporte. No se lamenta pues el siguiente paso le llevaría, según cuenta, a redimir sus errores y ayudar a personas como él.
De arquero a Policía
Trabajó como contratista por dos años hasta que un amigo le sugirió que entrara a la fuerza pública. Su contrato no había sido renovado y decidió intentar esta nueva actividad pues tenía dos hijos que alimentar.
Ingresó a la Escuela Antonio Nariño en 1991. Luego de cinco meses de entrenamiento básico fue nombrado instructor de deportes del centro de formación. Siguió en la misma línea pero la institución le dio la posibilidad de conseguir otros logros que el futbol le había negado.
“Hoy en día soy licenciado en Educación Física y especialista en pedagogía de la ciencia”, comenta.
Luego de un corto paso como investigador de la Sijín llegó a lo que sería su especialidad por el resto de su carrera: el trabajo comunitario con jóvenes.
El primer desarme
Su debut como conciliador lo haría en la frontera entre La Chinita y La Luz en el suroriente de Barranquilla. La calle 15 separaba a los ‘Malembe’ de la ‘Patrulla 15’. Según información de la fecha se estima que este conflicto cobró la vida de alrededor de 30 personas.
La mayoría de los colegios se encontraban localizados en La Luz, y por la guerra entre estas dos pandillas, muchos de los niños no podían estudiar por miedo a represalias y al fuego cruzado. “La gente estaba secuestrada en sus propias casas”, describe la situación Zoilo.
El primer paso para comenzar a resolver el conflicto era cambiar la imagen de la institución “Cuando la gente del barrio veía a la Policía era porque llegaba con revólver en mano y en grupos de 20”, explicó el chocoano. En aquel entonces el patrullero Asprilla llegó a La Chinita sin armas y apoyado por auxiliares bachilleres. Reunió a los hijos de quienes estaban en el conflicto.
Con la ayuda de la comunidad consiguió una casa que ambientaron como colegio con pupitres y abanicos. Con apoyo del Distrito albergó a 120 niños para que comenzaran y continuaran la primaria. Junto a otros cinco profesores emprendió el camino de la docencia y la reconciliación entre bandas en 1997.
Los niños eran “el gancho” para citar a los padres. Zoilo les vendió a los actores del conflicto las salidas que no contemplaban. “Ofrecimos capacitaciones en el Sena para cursos de soldadura y ebanistería. Algunos fueron empleados en el Tránsito y otros escoltas”. Al finalizar el proceso, los ‘Malembe’ y la ‘Patrulla 15’ desaparecieron en un acto simbólico celebrado con un partido de fútbol en el Metropolitano. Los de La Luz superaron a los de La Chinita tres goles a dos.
El Hombre de Hierro
“Volví a nacer en 2009 y me bautizaron el ‘Hombre de Hierro’”, dice con una carcajada que acompaña con una mirada al techo; se señala los dientes incisivos frontales inferiores. Allí se alojó una bala.
Luego de mover el programa de La Chinita a otros barrios como El Bosque y Los Andes, el turno le llegó al Santuario. Zoilo se encontraba realizando el desarme de una pandilla conocida como los ‘Careperro’. Ese 13 de agosto había terminado su jornada laboral y volvía a su casa. Manejaba su carro por la carrera 8 con calle 51B cuando escuchó los gritos de auxilio de una señora. “Se llevan mi televisor”, le oyó decir.
Seguidamente vio al joven de 17 años de edad con el televisor en manos corriendo por el bulevar de la 8. Escuchó un segundo grito: “¡Asprilla!”. El estallido de bala le siguió al sonido de la voz que conocía.
“Escupí los dientes y el plomo de la bala, los iba a perseguir pero me desmayé”, relata el subintendente retirado.
Despertó en la clínica sin dientes pero con un nuevo apodo. Quienes le dispararon fueron judicializados.Al mes y medio desarmó a los ‘Careperro’.
El Eterno Retorno
“Es un problema social que necesita de inversión y la Policía no tiene recursos para ello”, se lamenta. Después de los ‘Malembe’ llegaron los ‘Mesa’, los ‘Papalópez’, los ‘40 Negritos’ y más grupos de una extensa lista que han reclamado barrios del sur de la ciudad como ‘suyos’.
“Es una mesa de cuatro patas. Para que se solucionen las cosas debe haber participación de la empresa privada, del sector público, las familias y la academia”, asegura Zoilo.
“La ausencia de Estado y la falta de preocupación por el ser es lo que nos tiene así. La gente dice que el papá tiene la culpa, pero él responde que lo que sabe hacer es vender vicio. ¿Qué culpa tiene él si le está enseñando lo único que sabe hacer a su hijo?”, se pregunta.
“Criticamos a la Policía, pero las pruebas del trabajo están ahí: tenemos las cárceles llenas. No es la solución, esas mismas personas están saliendo y otra vez a delinquir”, continúa su diatriba.
“Salen de las cárceles llenos de anotaciones, sin posibilidades laborales afuera del barrio y codiciados por las bandas criminales para que continúen en sus actos ilegales, que han probado son capaces de hacer”, finaliza Zoilo.
Afirma que continuará con su labor desde el colegio en La Chinita que reabrirá. Busca hacer convenios con empresas privadas y de esta forma poder armar su ‘mesa de cuatro patas’. Un proyecto sostenible que él controle para poder “solucionar el problema de fondo y no de forma”.

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